Guantanamera es un grito de mujer. Evocando el título de la canción cubana más universal, Guantanamera retrata a lo largo de veinte minutos la visión, el dolor de una madre, una compañera, una hermana, una mujer en fin, ante las rejas de la prisión de Guantánamo. Una prisión que no es otra cosa que metáfora de la falta de respeto por los más elementales derechos humanos.
En una única secuencia escénica se intentan reflejar los vértices vitales de la queja y el dolor, de la vergüenza y la intransigencia, de un hecho que muestra el otro lado de la condición humana.
Tomando como ejes constructivos la danza en busca del trance, guitarras cabalgantes y bases electrónicas, Guantanamera pretende ser una propuesta descarnada y directa, un acto de protesta y un alegato contra todas las formas de guerra y de intransigencia. Y detrás de todo ello, como casi siempre, la mujer.
Guantanamera en escena se plantea con la bailarina Elena Lucas, acompañada a ambos lados por el bajista Leandro Alonso, y Pizarro con guitarra eléctrica, y pretende ahondar en las formas contemporáneas de la danza, formas en las que conviven la vieja performance y los sonidos progresivos cercanos al metal.
El decorado lo conforman tres jaulas en las que, a lo largo de todo el espectáculo, están encerrados tanto la bailarina como los músicos, ataviados estos con sendos monos de vestir naranja, vestuario que evoca, obviamente, la indumentaria que lucen los presos de Guantánamo y los condenados en los corredores de la muerte norteamericanos.